LA BARBA DE PAPÁ

Jue, 06/02/2016 - 21:24
Yo no crecí con una figura paterna en casa, mi padre no se fue por voluntad propia, pero sí aceptando el rumbo que Dios quería para su vida celestial. 
Yo crecí sin entender qué era sentirse regañada por  papá, sin un parejo para mi baile de quince años, sin un padre celoso que me espantara los noviecitos. Yo, que soy la única hija de un hombre que fue amado por su país, no tuve la oportunidad de amarle en vida, ni de disfrutar cuánto él me amaba a mí. Mi padre, Justo Fidel Palacios, nacido en Santiago de Veraguas, el que arrebataba suspiros de una audiencia televisiva de mujeres  que querían conquistar a aquel hombre blanco, con don de gentes, admirado abogado, periodista responsable y el ministro más joven de la historia de nuestro país; era también amante de los deportes, amante de la buena música, un tipo bien parecido, a veces reservado, popular y elocuente, amoroso con sus padres y 5 hermanas.
 
No podré saber a ciencia cierta qué se siente tener un padre en casa, pero con total certeza puedo dar fe de que las características de mi padre me han hecho ser una mujer de bien.  Su esencia siempre ha estado latente en mí,  pisando fuerte la tierra, pero sin olvidarme que fui su más preciado tesoro y que no debo permitirme arrebatar el valor que como mujer yo me he dado. 
 
Al pensar en un buen ejemplo de hombre y padre siempre lo recuerdo a él porque antes de ser un buen padre, fue un buen hombre; responsable, respetuoso y que desde que conoció a mi madre siempre tomó la mano de su pareja caminando en paz, que cuidó y  proveyó lo necesario para que juntos pudieran construir una familia.   
 
Para mí, un buen hombre es el que ama a su pareja, ama a su familia, valora a su entorno, pero sobre todo, elige siempre dar lo mejor de sí mismo haciéndole honor a sus valores como individuo.
 
Yo no podré decir que él me esperó en casa para revisar calificaciones, ni podré decir que desafió miradas de  pretendientes, pero  hay tres cosas de mi papito a las que  me acostumbré:   a que me raspara los cachetes con su barba, a que me hablara con una firme y hermosa voz, y a los vellos de sus brazos de tanto tiempo que me cargaba abrazada. 
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