Historias sobre ruedas

Jue, 04/23/2015 - 21:44
Hay un nuevo oficio para las mujeres: conducir taxi. Hoy te contamos la vida de dos damas que seducen las calles...

 

 Unidad 194, hay un 10-22... Es la primera carrera de Eloisa Barrios Martínez de Navarrete. Son las 3:49 a.m., ya ha pasado casi una hora desde que se despidió de los brazos de Morfeo para “rodar” en las calles de La Chorrera, como todos los días. Su primer cliente ya está a bordo, casi siempre es antes de las cuatro de la madrugada, este no puede esperar, lleva el tiempo exacto para llegar a su trabajo; misión cumplida. “Beba”, como le dicen de cariño, sigue con su recorrido y una vez más recibe otra llamada de uno de sus tantos clientes satisfechos—maestras, profesores, estudiantes y demás forman parte de la clientela que esta mujer de aproximadamente 40 años ha obtenido luego de 11 años de laborar como taxista—. Ha tenido una agitada mañana; el reloj no se detiene, ya son las 5:45 a.m., ahora se olvida de los pasajeros que hay en la calle y de las llamadas de la operadora para dedicarse a sus 14 estudiantes, sí, “Beba” también la hace de colegial en su pequeño taxi de cuatro pasajeros. Debe realizar varios viajes para cumplir con su responsabilidad y hasta el momento ninguno de los estudiantes ha llegado tarde, aseguró que esta es su mayor satisfacción.

 

“Empezar en esto de manejar taxi fue un reto, me lo propusieron y dije por qué no. Me he enfrentado a diferentes situaciones, pero gracias a Dios llevo bien mi labor”, dijo la también licenciada en recursos humanos, profesión que confiesa le ha ayudado mucho en cuanto al trato con las personas; a su taxi se sube gente alegre, habladora, molesta, grosera y hasta triste, y hay que saber lidiar con ellas.

 

“Beba” se mueve por toda La Chorrera, no tiene un área en específico, en su vocabulario de taxista no existe el “no voy”, al contrario, confesó que solo piensa un poco cuando la carrera es hacia las afueras de la nueva provincia... Carreras como estas no convienen por cuestión de tiempo. Aunque le ha tocado llevar a pasajeros hasta Penonomé y al aeropuerto de Tocumen, la paga es bastante buena. Las manecillas del reloj siguen haciendo su trabajo, no se detienen, ya son las 2:00 p.m., es tiempo de hacer un alto y tomarse un pequeño descanso para después seguir rodando. “Beba” aprovecha para visitar a su mamá, allí come, se cambia de ropa, conversa un rato y a eso de las 3:00 p.m. se dispone a volver a las calles.

Su auto es un confesionario...

Hombres, mujeres, ancianos, niños, jóvenes y homosexuales suben y bajan a cada minuto de su auto. No discrimina a nadie, con el tiempo este trabajo le ha enseñado a ser psicóloga, porque como taxista ha aprendido, por ejemplo, que un ladrón nunca pide rebaja en la tarifa: solo se sube. También ha tenido que servir de paño de lágrimas de muchos despechados y ha salvado a más de cuatro que se les ha olvidado el cumpleaños de su pareja o aniversario...

 

Ha tenido que comprar muchos regalos. “La verdad me he topado con todo, yo asocio mucho a un taxista con un sacerdote, las personas se confiesan, suena chistoso, pero la verdad es así. Hay gente que se sube y queda llorando, cuando te hablan se desahogan, me han confesado desde divorcio, infidelidades, problemas con los hijos, de todo”, expresó con una gran sonrisa. Las propuestas indecentes tampoco se han hecho esperar, pero para “Beba” eso no ha sido problema, se ha topado con uno que otro “atrevido”, sin embargo, dice estar satisfecha con su esposo y se los hace saber, “a uno lo bajé de mi carro, lo hizo y me pidió mil disculpas”.

 

Ya está cayendo la noche, 6:55 p.m. la taxista se dispone a culminar su jornada —de lunes a jueves siempre termina a las 7:00 p.m., los fines de semana a las 3:00 a.m.—, pero para seguir trabajando. Al llegar a casa la esperan su esposo (casada hace 17 años) y su hijo de 15 años, no importa el cansancio o cómo haya estado el día, solo se olvida de la radio y el celular, y le da a su familia el tiempo que se merece. “La comunicación en mi familia ha sido la clave, también la comprensión de mi esposo e hijo hacia mi trabajo, y trato de no descuidarlos”, aseguró.

 

Los domingos, para “Beba”, son sagrados, ese día no trabaja, lo dedica 100% a su familia y seres queridos. Hay trabajos que históricamente están “reservados” solo para hombres, como es el caso de un obrero de la construcción, de un árbitro de un partido de fútbol, el de mecánico, entre otros. Sin embargo, hay un porcentaje de mujeres que piensa lo contrario: por diversas circunstancias de la vida, por opción o necesidad, han decidido dejar el delantal de lado, quitarse los tacones y agarrar firmemente el volante de un automóvil para convertirse en “mujeres taxistas”.

 

Una moneda no tiene la misma cara

Así como “Beba”, hay muchas mujeres en Panamá que se dedican a esta profesión, pero no todas las historias son iguales ni tampoco los beneficios... Hace siete meses, Vanessa Castillo tomó la decisión de ser su propia jefe, necesitaba más tiempo para dedicarle a su familia y obviamente más ingresos para mantenerla. Así, un buen día, sin darse cuenta ya estaba tras el volante de un auto llevando a desconocidos a diferentes destinos, se anotó en la lista de mujeres taxistas en Panamá.

 

Aunque aclaró que ella no es taxista, sino una “chica Uber”, y es que decidió asociarse con esta empresa emergente que presta servicios de transporte -no utilizan carros amarillos, son autos particulares-, a través de su “software” de aplicación móvil, y el cliente paga por medio de tarjeta de crédito. Seguimos con la historia. A Vanessa Morfeo la tiene entre sus brazos por más tiempo que a “Beba”. Su día comienza a las 4:30 a.m., se levanta y una vez arreglada sale a la calle, cuando el reloj marca las 5:00 a.m. ya está haciendo su primer recorrido.

 

Las áreas pueden variar: Tumba Muerto, Costa del Este, en fin, todo depende de cuánto movimiento haya en la calle. Aquí no hay llamadas, todo es a través del sistema, que se descarga en la tienda de aplicaciones del celular; Vanessa recibe una, dos, tres y cuatro solicitudes de servicio, se organiza y logra llevar a sus clientes a su destino. Ya son las 11:00 a.m., tanto el sol como el tranque están a su máxima expresión, Vanessa decide parar, se desconecta del programa, baja a comer algo y lleva el auto a lavar. Aprovecha, además, para realizar ciertas diligencias personales —confesó que antes no podía hacer nada de esto, la calidad de tiempo ya no la cambia— que ya no podía postergar.

 

Aunque todos los días son una gran aventura, no hay tiempo para el aburrimiento, Vanessa, a pesar de ser una chica, no siente temor por los lugares a los que debe ir a buscar a los clientes. “Uber me ofrece seguridad y el mismo sistema te la da, me siento muy bien”, dijo. Y es que, a través del sistema o la aplicación, puede saber cuán buen cliente es la persona y decidir si toma la carrera o no. De lo que sí no se puede escapar Vanessa es de escuchar las historias de algunas personas, muchas le hablan de su vida privada, otras le piden que les compren regalos y que los lleven a sus novias que están cumpliendo años, en fin, hay de todo, “yo digo que nos ven como la canción de Ricardo Arjona, a mí me piden hasta opiniones”, aseguró la joven madre, quien confiesa que ahora sí dispone de tiempo y dinero para poder visitar a tres de sus hijos que están en Estados Unidos.

 

Las horas transcurren y las llantas de la camioneta de Vanessa no se detienen, han pasado por diversas zonas de la ciudad, el cansancio ya está llegando y con él la hora de finalizar la jornada. Son las 7:00 p.m., ya es hora de ir a casa, sus hijos la esperan, ahora debe revisar las tareas de la escuela y verificar que el auto esté en perfectas condiciones para salir a rodar el siguiente día...

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