La realidad de un refugiado: historias panameñas

Mié, 11/25/2015 - 19:28
Todos recordamos cuando la reina de Hollywood fue nombrada dama honoraria de la Orden de San Miguel y San Jorge, distinción que concede la reina Isabel II de Inglaterra. Cuando recibió el premio, Angelina Jolie pronunció: “Ser reconocida con relación a la política exterior significa mucho para mí, ya que es a lo que deseo dedicar mi vida”. “Trabajar en la iniciativa para prevenir la violencia sexual y con sobrevivientes de violación de por sí es un honor. Reconozco que triunfar en nuestra lucha tomará toda una vida, y estaré dedicada a esta causa toda mi vida”, agregó la actriz.  
 
Para Jolie, comprender e interiorizar este tema quizás fue mucho más vivencial que para cualquiera de los que sostienen las páginas de esta revista en este momento. Todo comenzó hace 14 años, cuando viajó a Camboya, donde filmaba una de sus primeras películas, “Lara Croft: Tomb Raider”. “Empecé a viajar y me di cuenta de que pasaban muchas cosas que yo no sabía”, contó en una entrevista  a la revista “National Geographic”. Esa experiencia cambió la vida de Angelina para siempre. En 2001 fue nombrada embajadora de Buena Voluntad para los Refugiados por Acnur (Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados). Hace apenas dos años fue ascendida a un cargo que la convierte en representante diplomática de la secretaría.  
 
Quizás cuando escuchemos la palabra “refugiado”, el único rostro  que venga a nuestra mente sea el de Angelina, pero la verdad es que hay muchos más... hay muchos más rostros y hay mucho más detrás de ese simple término.
 
De acuerdo con la  definición contemplada en la Convención de las Naciones Unidas sobre el Estatuto de los Refugiados de 1951, un  refugiado es una persona  que  — por fundados temores de ser perseguida por raza, religión, nacionalidad, opinión política, orientación sexual y otras razones — no puede vivir segura en su  país  de origen. Nadie escoge ser un refugiado. 

Historias reales

Marta (su nombre real no lo podemos revelar para protegerla) ronda los 45 años, es de un pueblo costeño de Colombia, estudió Diseño Textil en Bogotá, era docente de Artes Plásticas y tiene dos hijos, ya adolescentes. Sin embargo, las situaciones políticas y sociales de su país le robaron la tranquilidad.
 
“Llegamos aquí porque la familia de mi esposo fue atacada por la guerrilla colombiana”, nos contó Marta. “A él le mataron  un hermano y en el mismo bolsillo del muerto dejaron la amenaza para él, una amenaza que decía que ni Dios, ni si se metía debajo de la tierra, él se iba a salvar ni su familia. Nos amenazaron a todos”, explicó.  
 
A raíz de esto, el esposo de ella llegó a Panamá hace catorce años. Con la ayuda de la ONPAR consiguió el estatus de refugiado. Luego de lavar platos en un hotel, cuidar gallos de pelea, vender ‘hot dogs’ y comida en la calle y trabajar en una empresa de reciclaje, el esposo de Marta pudo traerla. Lo hicieron a través de la figura legal que se conoce como “reunificación familiar”, así fue que ella consiguió también el estatus de refugiada, y por supuesto, luego sus hijos.
        
Ellos cuatro son hoy parte de las 2,208 personas refugiadas en Panamá. Según cifras de Acnur, se estima que hay 15,000 personas en nuestro país que requieren de seguridad y protección.
 
Hoy día, Marta y su familia gozan de una residencia permanente que les permite estudiar y trabajar en Panamá.
 
Así también lo hace Sandra, una de las primeras refugiadas en Panamá que accedió a un préstamo bancario. Ella es de Villa Vicencio Meta, una región montañosa de Colombia, es la hija menor de ocho hermanos, de los que uno está desaparecido. “Por cuestiones de orden público salí de Colombia hace ocho años. Llegué a la ciudad de Panamá, lugar que me acogió y hoy siento mío”, nos contó Sandra  mientras realizábamos la entrevista, en su hora de almuerzo, en una mesa de El Fuerte en la Gran Estación. 
 
Al igual que Marta, ella salió de su país con su esposo. “Primero vendíamos comida colombiana. No eramos los superexpertos preparando, pero bueno, el querer es poder, tienes que imaginarte cómo vas a sobrevivir, cómo vas a conseguir lo que tú quieres”, nos relató Sandra. “Afortunadamente nos fue bien”. 
Sandra y su esposo —del cual hoy está separada—  avanzaron de a poco. Compraron una casa en Arraiján, una de las regiones donde hay mayor población de refugiados, junto con La Chorrera y San Miguelito.   Más tarde lograron distribuir a  tiendas por departamentos una paleta para pedicure de madera reciclada. Sandra todavía las hace. Además trabaja medio tiempo en una tienda de cotillón y tiene su propio carro.
 
“Panamá me ha devuelto, además de lo que es ser persona, la tranquilidad de estar en una calle, de un trabajo, de poder empezar de nuevo una vida que un día tuvo un alto”.

Malas concepciones

“La gente no se imagina esto. Se imagina que una persona refugiada tiene que estar vuelta nada, esa es la ideología”, explicó Sandra.
 Marta coincide en parte con ella. “Esa es otra cosa, aquí cuando uno dice que es refugiado le preguntan de una vez: ‘¿entraste por el Darién?’”, comentó Marta. “Yo trato de explicarle a las personas que los refugiados no son unos delincuentes”.
 
 En el mundo hay 45.2 millones de personas desplazadas forzosamente de sus países de origen. 46% de esas personas son niños  y, por supuesto, las principales causas son los conflictos y persecuciones que ocurren en Oriente Medio y África. Si bien no todos los refugiados están en las mismas condiciones, todos comparten la experiencia de necesitar protección y de haber dejado su país y lugar de origen sin haberlo escogido. 
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