Hélene Breebaart

Vie, 07/07/2017 - 14:55
Apasionada, sencilla y humilde. Hélene Breebaart ejemplifica lo que se perdió y hoy se trata de recuperar: trabajar con dedicación y amor, exaltando nuestra humanidad.

Conocí a Hélene frente a frente en un catamarán una noche de un sábado hace algunos fines de semana atrás (aunque ya había escuchado de ella y presenciado sus desfiles en el Fashion Week Panamá). Su familia y la mía habían hecho reservaciones para cenar en un restaurante en una isla cercana a la ciudad, en el viaje de ida fue que nos conocimos. La conversación inició porque le hicimos (mi tío y yo) el favor de tomarle una foto con su hija. Me preguntó hace cuanto tiempo vivía en Panamá, y aunque yo sabía con quien estaba hablando, se presentó como Helene Breebaart, diseñadora de moda. Le comenté que había visto algunas de sus colecciones en el Fashion Week, y luego la conversación deribó hacia la decoración y diseño de muebles. En ese encuentro casual, con truenos y mucha bruma marina, tomé sus datos, un día después la llamé para poder ver la posibilidad de entrevistarla, y si hay algo que me dejó asombrada fue su sencillez, apertura y facilidad con la cual respondió. Dos días después estaba en la puerta de su casa, donde me recibió con la misma humildad y sencillez con la que se presentó aquella noche. Hicimos un recorrido por sus talleres, y luego, con la ayuda de algunos refrescantes tragos, pudimos conversar viendo antiguas fotos...  

¿Cómo comenzó todo este amor por el diseño y el arte?

Nací con esto. Mi abuela cosía, hacía tapicería porque eso es lo que se hacía en Francia. Mi mamá pintaba también. Teníamos un apartamento grande, éramos cuatro hijos. En ese momento no había Prêt-à-porter, había diseñadores de alta costura o un Prêt-à-porter muy básico y muy feo. Entonces, teníamos una costurera en la casa a tiempo completo y yo le ayudaba a coser. En aquel tiempo en la escuela nos enseñaban  a coser, ahora no se enseña nada de eso. En esos días ayudaba, iba a buscar la tela con mi mamá, diseñaba mi ropa y le ayudaba a la costurera, Margarite, a coser. También pintaba, más que todo me gusta la pintura,  ese fue el primer acercamiento con esto... nací con ello prácticamente.

Y luego, ¿cómo fue su proceso de formación en estos rubros?

Estudiaba en una escuela católica, y una de las monjas me dijo: “Deberías ser periodista”, porque me encantaba la filosofía, la literatura, no me gustaban todas las cosas técnicas. Pero lo que más disfrutaba eran los jueves, las clases de pintura. Entonces, después del bachillerato me inscribí en el Instituto Católico para estudiar Historia y Geografía, y también en el  Ecole du Louvre, que es la escuela de Historia del Arte, pero me aburría monstruosamente tener que recordar tantas fechas. Disfrutaba más de las clases de pintura. En ese momento, mis padres tenían unos amigos que eran de los Estados Unidos, y me dijeron: “Tú tienes que aprender inglés”. Tenía 20 años, y me invitaron a pasar un año en Palm Beach, Florida. En Palm Beach tomé clases de Secretaría de Gerencia que me sirvió muchísimo porque te enseñan cómo presentarte frente a la fotografía, televisión, cómo caminar, cómo vestirte, cómo escribir a máquina. Finalmente, de secretaria no servía, pero me enseñó muchas cosas. Cuando regresé de Palm Beach, trabajé un tiempo con mi papá, pero me aburría. Allí se me ofreció la oportunidad de ser secretaria de una casa de compras llamada Continental Purchasing Company, trabajé allí por dos años como secretaria, y después fui compradora. Me encantó el trabajo.     

¿Cómo fue entonces su primer encuentro con Panamá?

Cuando trabajaba como compradora, la directora de la compañía me dio la cuenta de un cliente que no estaba contento con el desempeño y el servicio que había recibido, él era Herbert Levine, un fabricante de zapatos muy reconocido. Beth Levine es uno de los que está en todos los libros de moda como diseñador de zapatos americano. Fue mi primer trabajo como compradora, me encantó y a él también le encantó. Después de un año me dice “por qué no vienes a vivir a Nueva York, yo te empleo”.  Pero mis primos tenían una conocida que era directora de Christian Dior, en la parte de maquillaje y perfumería, y estaban buscando gente, y en el 68 había un ambiente horroroso en Francia y acepté el trabajo. Comencé con España, después con Inglaterra y luego se dieron cuenta de que hablaba bien inglés. Y me dieron las Islas Vírgenes, Canadá, Estados Unidos, y todo América Central. Allí conocí Panamá, llegué en abril del 69, había un solo edificio en Paitilla. Cuando vi el Casco Viejo decía: “Estamos en Venecia”. Maravilloso ese momento.

¿Qué cosas atesora de Francia todavía?

Creo que tenemos una tradición por las cosas bien hechas. Una tradición de la elegancia, que se está perdiendo un poco. Por eso creo que el futuro de la moda está en América Latina. En Panamá tenemos que aprender mucho todavía de la fabricación y la costura, es un país joven. Creo que los países vecinos como Colombia, Venezuela, Perú, Argentina tienen más tradición. Pero también creo que aquí se mezclan las culturas y tenemos que dar de nosotros mismos para generar un intercambio.

¿Qué cosas le llamaron la atención de este país?

Me enamoré de una vez de Panamá. Es un país hermoso, donde la gente me adoptó. En esa época,  en un viaje a  Bahamas,  un día vino Jan Breebaart, un holandés que era el director de Ventas de Circo (una compañía de distribución) y me dijo: “Quiero casarme contigo”. Él vivía en Colón. Así que allí hice mi nido. Y después tuvimos dos hijos. Creo que Panamá es un país abierto. De todos los países de América Latina, es el más abierto a todas las culturas, creencias. Lo único es que tienes que dar de tú mismo para que te acepten. Tengo que decir igual que tuve una buena puerta de entrada con mi marido, que era adorado por toda la gente. 

En sus confecciones la mola es un elemento repetitivo, ¿por qué lo escogió como ‘leitmotiv’?

Porque uno de mis primeros viajes en Panamá fue a Guna Yala. Hicimos allí una reunión con muchas personas que venían de todas partes de Latinoamérica. Y después, yo siempre digo que nací con cuatro par de alas, mi papá se llamaba  Pigeon (paloma) y mi abuelo fue el primer piloto del mundo en alcanzar mil metros de altura en 1912. Me encantaba volar, entonces después de cuatro años de vivir en Colón, decidimos vivir en la ciudad. Pero mi marido viajaba todos los días a Colón, no había autopista en ese momento. Entonces, decidimos comprar un Cessna, y tomé clases de aviación e íbamos todos los fines de semana a Guna Yala, o a Costa Rica, pero más que nada a Guna Yala. En uno de esos viajes vi a estas muchachas con estas telas y decidí dibujar la mía propia, y fue una piña. Eso fue antes del tiempo de Noriega, y esa piña fue portada de Vanidades.        

¿En qué se inspira para lograr nuevas creaciones y colecciones?

Mi trabajo siempre busca resaltar el lado humano y artesanal. Esa es la razón por la cual en mis desfiles he tenido personas de 75 años que se han robado el “show”, he tenido también personas más voluptuosas. A mí lo que me importa es el ser humano y me inspiran los contextos. Si vamos a tener un evento en la playa, quiero que la persona con la que voy a trabajar se sienta bien. Lo que se debe hacer es poner en valor el cuerpo, la sonrisa, el color de  piel y dejar en la sombra los defectos. Necesitamos destacar no el bling bling del vestido, sino lo hermoso en la silueta de la mujer.

Por último queremos conocer qué consejos le daría a una futura novia en la búsqueda de su vestido. 

Tenemos que saber primero que la boda es para toda la vida, es un compromiso. La pareja va a tener fotos de su boda para siempre, y si la novia se pone algo muy tonto o muy ridículo, dentro de 20 años dirán: “Tú viste cómo se veía”. Siempre hay que saber que la moda se repite, pero la extravagancia no se aconseja. Hay que poner en valor las tradiciones y los valores espirituales. Esto es un compromiso espiritual, tienes que verte acorde con eso. Puedes enseñar tu silueta, pero de una manera hermosa y armoniosa. Lo que lleves ese día debe reflejar lo que tú eres. Ir a un diseñador es un confesionario, él debe saber cómo te sientes, quién eres, quién quieres ser y qué imagen quieres dar. Para mí, eso es un privilegio, hay muy poca gente en el mundo que puede hacer esto hoy día.  

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