Una sola vez

Mié, 08/26/2015 - 22:25
No podemos seguir preguntando por qué una mujer queda presa de la violencia.
Campaña 'Ni una Menos'

Campaña 'Ni una Menos'

Esto no es novedad. Lo vemos en los medios, en nuestras prensas más amarillistas; escuchamos historias por amistades, o por gritos que traspasan las paredes de nuestros hogares. Sabemos que existe. Solemos reconocer los tipos de violencia y las repercusiones pero aún así, seguimos considerándolo como un asunto privado. Los famosos “trapos sucios” que se deben lavar en casa, como si todo esto fuese alejado a nuestra realidad. 
 
Escribiendo esta columna y revisando alguna literatura,  me topo con un manual que ofrece la Caja España. Se llama “Qué debe saber Ud. sobre…la Violencia de Género”. Me llamo la atención el título al estilo “for Dummies” pero en castellano, sin embargo, lo que proponen las autoras Laura Torres y Eva Antón, fue lejos de ser para tontos, pues dieron en el clavo al recordarnos que todos éramos responsables de la violencia de género en nuestros países.
 
Muchos se preguntarán ¿Qué tengo que ver si yo no soy violento/a? 
 
Nuestra dificultad radica en aceptar la gravedad del asunto: que esto es una pandemia de carácter local y global en el cual todos somos participes por nuestros juicios de valor u estereotipos reforzados desde nuestra infancia temprana. Y es que más allá de comprender el ciclo de violencia, o de romper los mitos de la violencia, ambos importantes, nuestra problemática está en lo que interpretamos o percibimos como violento o no. 
 
Si ponemos bajo la lupa nuestra grado de “sensibilidad ciudadana” ante la violencia que padecen las mujeres (digo mujeres, porque siguen siendo el 95% de las victimas de violencia de genero en comparación con los hombres) no nos damos cuenta nuestro alto nivel de aceptación ante “pequeños abusos cotidianos”, comentarios que promueven la desigualdad, la aceptación ante las diferencias económicas y laborales hasta el estar desensibilizados con los homicidio que vemos en tecnicolor a diario. Nuestra percepción y sensibilidad ante la violencia de género es alterada desde nuestros inicios como seres humanos y somos aceptantes a dicha situación.
 
Lo pongo así: el peligro esta en la cantidad de sucesos que hoy en día no interpretamos como dañinos, sino como meras faltas de respeto, groserías, pobre manejo de las emociones, errores permisivos y conductas normalizadas. Los estudios revelan como desde nuestra infancia, las diferencias marcadas entre lo que es una mujer y un hombre es o puede hacer desde el  genero, los roles, las conductas y los “derechos”. 
 
Se siguen repicando mensajes y reglas sociales dónde los hombres deben demostrar autosuficiencia, competividad, autoridad y autocontrol. De no hacerlo, sólo es un niño “pegado a las faldas de mamá”, es una “mujercita”, que fracasa en exigir respeto, autoridad que usualmente termina por el “derecho de corrección” o violencia ante una conducta no aceptable. En las mujeres, se sigue inculcando la búsqueda de afecto como parte de su autorrealización: debemos escuchar, querer, cuidar y comprender. Las autoras mencionan frases que escuchamos como “el amor todo lo puede”, “las mujeres humanizan y transforman a los hombres con su cariño”, y “solo una mujer enamorada conoce de verdad al hombre al que quiere”. Frases que provienen de “Ghost”, “Pretty Woman” y “La Bella y la Bestia”. 
 
No podemos seguir preguntándonos porque una mujer queda atrapada en el ciclo de violencia, haciéndola responsable de su situación, juzgándola por su devenir y culpándola por no hacer nada al respecto. 
 
Y todo esto inicia desde el día en que nacemos. Sea hombre o mujer, somos responsables de promover la crianza y la socialización de nuestros hijos alejadas de la desigualdad para que esa brecha no siga creciendo durante su desarrollo. Así mismo, debemos rescatar una percepción social más atinada en discriminar lo que es violento y lo que no es y por último rescatar nuestra sensibilidad ciudadana ante los gestos, palabras o actos, por más “pequeños” que sean. 
 
Hace unas semanas conversaba con una joven con la cual trabaje para un proyecto de becas, que me compartía sus problemas de pareja en búsqueda de algún consejo. Una relación de unos cuantos años; entre ellas, había habido infidelidad, insultos y también, violencia física, verbal y psicológica. Su edad: 18 años. Me preguntaba que hacer pues ya no podía más. Quedamos en que reconociera donde estaba su límite pues “una sola vez, ya debió haber sido demasiado”. 
 
 
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